martes, 16 de septiembre de 2014

3 Poemas de "Lianas" - Isla Correyero





















LAS MEDIAS BLANCAS

Tengo unas medias blancas de seda que me pongo
cuando me visto el traje negro de los recuerdos.
Son unas medias finas, hambrientas de fantasmas
que hacen juego con pájaros interiores, oscuros.

Las piernas, penetradas por estas bocas blancas,
levemente se abren con signos vegetales.
Los hilos amanecen en mi piel,
brotan, perdiéndose,
entre los elevados pensamientos más íntimos.

En derredor: imágenes de ocupación pelviana,
soberbias latitudes desde el puente atestiguan
la entraña y las enaguas levantadas al vuelo.

¡Qué holgada está la tela de la falda de flores,
la rodilla suavísima con olor a naranjas!

Por los muslos se agrandan los dibujos henchidos,
son copos invisibles calcinando altas cumbres.
Me infunden sobresaltos, me clavan dulces flechas,
tan finas son las mallas que asaltan los engarces
y hasta el ocre desierto los poros me rezuman
feroces destinos, presagios entreabiertos.

Siento flores y manos crecer entre las piernas
y más arriba el musgo
tapando el azulón vellón de la albufera.

No podría ponerme estas medias sabiendo
la gracia que se esconde, generosa en tu boca.
Espumosas persisten, sin causa me rodean,
temibles de tu roce, sin fatiga,
explorando.

***

EL DESEO

Ésta es la enfermedad cruel del deseo.
La ruta de los pájaros sonámbulos
en vuelo breve bajo las tormentas.
Conozco sus libreas y sus máculas
y las motrices ansias eternales,
demasiado bien lo conozco.

Desciende azotándome hasta el cauce
y arranca blancas prendas con su apremio.
Cruza paisajes de escarcha subterránea,
desiertos, lunaciones, parajes en crepúsculo.
Es un huésped simbionte en las dunas más
altas.
Es un paraje negro oculto entre la nieve.

Cuando llegan las horas del silencio
se asienta en mí y persiste
balancea mis ancas, las abulta.
Es un impulso espeso y enturbiado
que bordea mis labios
y que en fugaz ración muestra su presencia.

Nada sabe del alma ni sus incubaciones,
nada necesita:
sólo el grueso espejo de otro cuerpo caliente.
Y sólo permanece en la sombrilla violeta de mis ojos
breñales
cuando en la nublada languidez del vaho
el cristal no devuelve más que su superficie.

Ésta es la enfermedad cruel del deseo
que por ti siento siempre,
hondísimo,
quemando,
y no devuelto.

***

LA CASA

Tenía para mí, la casa, un incurable
olor a trébol y pájaros mojados,
caudales de colmenas que a la noche
con dulce estruendo azul raspaban las
ventanas.
Eran aquellos días de amor
en que quedábamos
a la fuga y al hielo de las doce
recostados y firmes en un banco
dibujando sombreros y jamás.

La llave de la casa con la lluvia
tenía un frío tacto de sollozo
que al meterla en la vieja cerradura
sonaba igual que un vino
tragado en el silencio.

Como el aire canela, por las puertas
pasábamos
ligeros e inocentes, veloces, revoltosos.

Si yo estaba en la casa,
llamabas a la aldaba conteniendo el
aliento
y en el vientre los vidrios tibios de la
zozobra.
Desde mi cuarto a oscuras yo cuajaba
las ansias
contrayéndome toda, volviéndome
violeta.
Daban las doce fieles en el reloj del patio
y la mágica herrumbre de la llave
inundaba de luz todo el pasillo.

Bajo el racimo blanco de la lámpara
antigua
mis ojos te buscaron durante tres
inviernos
y a sus uvas brillantes, vi tus ojos
anclados,
rojizos, en el álveo profundo de las
lágrimas.

Con la quietud de un cisne sorprendido
en su sueño
resistí la derrota punzante con orgullo
y al despedirte tuve el gesto del guerrero
que, sabiéndote herido de muerte, aún
sonriera.

Hubo tantas pisadas de tu alma en la
mía,
tantos lodos y fosos nos fueron
circundando,
que al mirar, hoy, de lejos
la frágil casa a oscuras,
me atraviesan sus acres crepúsculos
coñac.

¡Cómo deshace el tiempo las casas y sus
climas!
¡Qué pronto se parece la memoria al
olvido!

Sobre las frías alas del recuerdo se
mueven
sombras falsas, terribles,
cortinas y escombreras,
viejos libros cerrados, abejas en la piel.

Y ya no hay corredores simulados ni
huellas
capaces de encerrarnos, otra vez, en sus
muros.

Pasaste por mi casa, tu casa y nuestro
nicho,
con el descuido propio de un pecado de
amor.
Pero al huir dejaste, repleto de señales,
el camino y la brújula inútil del recuerdo.


"Lianas" /  Ediciones Hiperión